El futbol es una de las actividades más maravillosas de las que el ser humano puede gozar. Sin ser, evidentemente, la más popular, sí es una de las más extendidas gracias a los intereses comerciales envueltos en esta actividad. Pero a los seres humanos comunes y corrientes, qué nos dice la frase de la popularidad de este deporte; a los que somos aficionados, ¿nos dice algo, más o menos, acerca de la legitmidad de nuestro amor a unos colores, un equipo, una camiseta el hecho de que sea una actividad popular?
No lo sé, pero este fin de semana experimenté la sensación más desconcertante que había vivido jamás en un estadio de futbol. Asistí al partido América contra Toluca, aunque no apoye a ninguno de los dos equipos, por lo tanto una parte de mi estaba fingiendo. Pero esta pantomima me permite interactuar de manera distinta con los factores que se conjugan en un estadio, por ejemplo, jamás había visto una mujer gritando desde la zona general del Estadio Azteca con tal brío que pareciera que los jugadores de verdad la escuchaban. Lamentablemente, para la aficion y el equipo, no la escucharon y el equipo no pudo ganar.
Pero fuera de las excentricidades que se pueden gozar cada vez que se asiste a observar un partido de futbol, fuí también testigo de mi gran amor por mí equipo. Llegué a sentir las ganas de gritar ¡Azul, azul! cada vez que el sonido local impulsaba a los ahi asistentes a apoyar al América.
Sí, habría sido ridículo y abucheado gritar tales palabras en ese lugar, pero entonces me di cuenta que a pesar de la caricaturización que el ser aficionado ha sufrido por Televisa y TvAzteca (son las más popualres) aún hay esperanza, aun hay seres que apoyamos y sentimos los colores fuera del estadio. Algo así como La canción huasteca, pero no aplicada a la nación (patrioterismo por el que no apostaría) sino por unos colores y un modo de ver el futbol, es decir, en mi caso, desde la casaca del Cruz Azul.
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