Después de la derrota del Cruz Azul, (el sábado pasado no la de ese domingo) toda la semana tuve la disyuntiva: ir o no ir al América - Pumas. Quizá era "una tormenta en un vaso de agua", pero para mi de verdad era una Y, es decir, se trata de la casa, la sede del equipo que le metió tres goles al equipo de mi amores (bien ganados) y que, no conforme con eso, el resto de la semana se estuvo haciendo mella sobre este hecho: la fuerza del América, "que ya le ha tomado la medida al Cruz Azul", y la debilidad del equipo de la Noria. Además, no puedo soslayar este hecho: yo odio a los Pumas. Los odios, como los amores, no tienen bases razonables, recordando en Pascal, para que pensar algo ilógico de manera lógica, así que pues yo solamente odio a los Pumas por odiarlos, simple. De modo que el domingo me decidí a ir, ya tenía el boleto así que ir tan sólo era un espectáculo más con cual entretenerme.
Al llegar al estadio una cosa era sorprendente (no sé si así ocurra en todas las plazas donde la UNAM juega de visitante) la cabecera sur del estadio Azteca, toda, estaba ocupada ya por la barra de los pumas, dividida en secciones pero unida de cierto modo. Si bien para mi hay barra como la 51, la de los Pumas tiene una organización impresionante, con sólo unas pocas señas se pueden coordinar para cantar una porra que ni de chiste podía ser contestada por alguna de las porras del América (La Monumental, El Ritual del Kaos y La Familiar), a veces el sonido local quería ayudar a los americanistas y entonces sí la gente que no pertenece a las barras lograba acallar a los de Pumas, pero fueron destellos de una unidad amarilla que jamás concretó.
Pero precisamente este el punto a resaltar: como ninguna otra vez lo había visto en mi vida, el partido se salió de las canchas para trasladarse a las tribunas. Ya me había tocado que ante la victoria apabullante el público se dedicara a divertirse con cosas tan pueriles como "la ola" o globos, pero, a diferencia de aquel partido, en este si había una porra rival con la cual enfrentarse (en ese caso fue un partido de la Selección Mexicana, así que no había una porra visitante fuerte) y fue el principal campo de diversión. Creo que es en esta clase de demostraciones dónde se puede saber si el partido es un clásico o no: si la afición puede divertirse y enfrentarse también con la porra rival, es que se trata de un clásico, cuando realmente las porras están concentradas solo en su equipo (apoyarlo o vituperarlo) no creo que se trate de un clásico. Por esto mismo, concluyó, que la calidad de clásico solo es circunstancial, es decir, depende del momento que vivan ambos equipos y su relación con sus respectivas barras.
Sí, el Cruz Azul volvió a perder (recordando aquella final de manicomio donde nos ganaron en penales) contra el Toluca, es último de su grupo y fui a la casa de su rival más odiado y, sin embargo, me divertí, punto nodal (creo yo) del futbol donde quiera que se esté.