La última jornada, los partidos del descenso: América - Necaxa, Tigres - Morelia, nueve de la noche, sábado nueve de mayo. Como de costumbre asistí al partido nocturno del Estadio Azteca: a menos que pasara lo imposible, sería la última presentación del conjunto americanista en la reciente campaña, al menos eso pensé.
Aunque me he equivocado, no fue como normalmente lo hago, esta vez los vendedores ambulantes no sólo vendían banderines y camisetas, sino cubre bocas con el símbolo del América, con frases de apoyo a este equipo o simplemente con el nombre del equipo.
La entrada al estadio tampoco fue como de costumbre, a la entrada la revisión fue un poco más rigurosa y tenías que limpiar tus manos con gel especial. Por si fuera poco, estas características especiales se subrayaban con la presencia de una de las aficiones que no se cree que existen hasta que se les ve: la del Necaxa.
Ya hacía mucho tiempo que vi al Necaxa, era un partido en el mismo Azteca, contra el Cruz Azul. Es la única vez que me he sentado con la porra del Azul, así que no vi mucho del partido en realidad, pero sé que ahí estaban jugando Nicolás Navarro, Aguinaga y compañía con un Necaxa que en ese momento se jugaba la permanencia pero en la liguilla contra la maquina. Ganó el Azul.
El partido del sábado, no hay nada como el estadio Azteca de noche, es un símbolo en sí mismo, todas las luces se concentran en el campo, al igual que los ojos de miles de personas que en ese momento se dedican a soñar: ya sea con el pase a liguilla o la permanencia en la primera división.
La porra del Necaxa fue abundante, si bien no ocupaba toda una cabecera y hacía callar a La Monumental, si fue más copiosa que la de Indios (no es la misma distancia de Ciudad Juárez a la Ciudad de México que de Aguascalientes) Los equipos lucían bien, los cambios que el América esperaba por fin sucedieron.
Pero no, el Necaxa lucía mal, no sé si triste desconsolado o resignado, apenas unos pocos parecían intentarlo con todas las ganas: Mario Pérez, Coudet, Cuatrochi.
Mientras el América atacaba, el Necaxa moría. Y terminó de morir cuando anotó el América, quizá el sonido local no debió hacerlo, pero después de la anotación anunciaron que en Monterrey Tigres ganaba. Era el fin. Necaxa estaba en segunda. Aún cuando Tigres empató, Necaxa ya no se levantó.
Guardando toda proporción contextual, el partido fue emocionante. Grandes jugadas, la imprecisión de Moreno y de Pinho, fueras de lugar, etc. grandes momentos.
Al pitazo final los seguidores de Necaxa seguían saltando, apoyando. En el aguante, dirían los argentinos. La mayoría de los necaxistas se fueron al vestidor, como el sonido local anunciaba los resultados, sabían perfectamente que se habían ido a segunda división. Era el final.
Al contrario de las demás ocasiones, me quedé unos momentos más para ver como se vaciaba el estadio: es catártico, tanta gente, tanta vida dentro y fuera de la cancha pero alrededor de ella. Veía los necaxistas en las tribunas lamentarse, saben perfectamente lo que significa no estar en primera, el valor de nuestra mediocre liga, pareciera que es mejor tener eso que nada.
Aunque me he equivocado, no fue como normalmente lo hago, esta vez los vendedores ambulantes no sólo vendían banderines y camisetas, sino cubre bocas con el símbolo del América, con frases de apoyo a este equipo o simplemente con el nombre del equipo.
La entrada al estadio tampoco fue como de costumbre, a la entrada la revisión fue un poco más rigurosa y tenías que limpiar tus manos con gel especial. Por si fuera poco, estas características especiales se subrayaban con la presencia de una de las aficiones que no se cree que existen hasta que se les ve: la del Necaxa.
Ya hacía mucho tiempo que vi al Necaxa, era un partido en el mismo Azteca, contra el Cruz Azul. Es la única vez que me he sentado con la porra del Azul, así que no vi mucho del partido en realidad, pero sé que ahí estaban jugando Nicolás Navarro, Aguinaga y compañía con un Necaxa que en ese momento se jugaba la permanencia pero en la liguilla contra la maquina. Ganó el Azul.
El partido del sábado, no hay nada como el estadio Azteca de noche, es un símbolo en sí mismo, todas las luces se concentran en el campo, al igual que los ojos de miles de personas que en ese momento se dedican a soñar: ya sea con el pase a liguilla o la permanencia en la primera división.
La porra del Necaxa fue abundante, si bien no ocupaba toda una cabecera y hacía callar a La Monumental, si fue más copiosa que la de Indios (no es la misma distancia de Ciudad Juárez a la Ciudad de México que de Aguascalientes) Los equipos lucían bien, los cambios que el América esperaba por fin sucedieron.
Pero no, el Necaxa lucía mal, no sé si triste desconsolado o resignado, apenas unos pocos parecían intentarlo con todas las ganas: Mario Pérez, Coudet, Cuatrochi.
Mientras el América atacaba, el Necaxa moría. Y terminó de morir cuando anotó el América, quizá el sonido local no debió hacerlo, pero después de la anotación anunciaron que en Monterrey Tigres ganaba. Era el fin. Necaxa estaba en segunda. Aún cuando Tigres empató, Necaxa ya no se levantó.
Guardando toda proporción contextual, el partido fue emocionante. Grandes jugadas, la imprecisión de Moreno y de Pinho, fueras de lugar, etc. grandes momentos.
Al pitazo final los seguidores de Necaxa seguían saltando, apoyando. En el aguante, dirían los argentinos. La mayoría de los necaxistas se fueron al vestidor, como el sonido local anunciaba los resultados, sabían perfectamente que se habían ido a segunda división. Era el final.
Al contrario de las demás ocasiones, me quedé unos momentos más para ver como se vaciaba el estadio: es catártico, tanta gente, tanta vida dentro y fuera de la cancha pero alrededor de ella. Veía los necaxistas en las tribunas lamentarse, saben perfectamente lo que significa no estar en primera, el valor de nuestra mediocre liga, pareciera que es mejor tener eso que nada.
Quizá para América no haya mañana, es probable que sus resultados (cinco) para que pasen a Liguilla no se den, pero ellos podrán seguir disfrutando de este sueño del futbol, este sueño donde nadie quiere despertar.
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